domingo, 16 de abril de 2023

Epítome de Gargoris y Habidis. Una historia mágica de España. En la despedida de Fernando Sánchez Dragó

 


En el día 10 de este mes de Abril de 2023, ese mes cruel como le definió T. S Eliot en su poema La tierra baldía, ha partido Dionisio para reunirse con los legendarios Gargoris y Habidis, aquellos reyes de Tartessos que él descubrió a una gran parte de españoles en un lejano 1978. A partir de la historia de aquellos primeros reyes en lo que hoy es suelo español, invitó a los lectores de su obra Gargoris y Habidis. Una historia mágica de España a partir con él a un viaje hacia un pasado remoto de una España que no existía en la época de aquellos reyes legendarios y que en ese año de 1978 sólo tenía dos versiones: la de los vencedores y vencidos resultantes del mayor error histórico acontecido en este viejo suelo. 

¿Por qué Dionisio?, este en la mitología griega era el dios de la fertilidad y el vino. Para unos era hijo de Zeus y Sémele, nieto de Harmonía y bisnieto de Afrodita y Ares, aunque otros pensaban que era hijo de Zeus y Perséfone. Pero eso ya es un pasado muy lejano. Lo cierto es que Dionisio su alter ego elegido en su obra Las fuentes del Nilo. Protocolos del camino de Damasco de 1986. En esa obra iniciática Sánchez Dragó describe el recorrido que le llevo a encontrarse con las filosofías orientales budistas y a reconocer otros saberes ya extinguidos pero que estaban aún en el subconsciente. Era el caso de los conocimientos herméticos de Hermes Trismegisto, aquel pagano que anunció el advenimiento del cristianismo. Quizá convenga leer esa obra posterior para comprender mucho mejor que le movió para afrontar la escritura de Gargoris y Habidis.

Las fuentes intelectuales que le guiaban en ese camino ya las señaló en la introducción a Gargoris y Habidis. Nada menos que se apoya en Platón, Nietzsche y Jung y con las alforjas llenas de esas lecturas se decidió a vivir una vida que él mismo definió como lo que quiso realmente ser: escritor y viajero. Vaya que sí lo fue, viajó por varios continentes, enseñó español entre otros países en Italia, Japón, Senegal, Marruecos, Kenia, Jordania, Estados Unidos o España.  

Antes de todo ello, se había sumergido en las bibliotecas españolas para bucear en la intrahistoria de aquella España en la que el sentía algo incomodo. De esa investigación exhaustiva, nació Gargoris y Habidis. Una historia mágica de España. No creía, al igual que no creíamos algunos otros que le leímos con fruición, en la historia basada casi enteramente en una cruzada cuasi religiosa contra un anticristianismo que realmente no existió tal como lo describían los franquistas de última hora, a pesar del desarrollismo que habían ido permitiendo a regañadientes. Tampoco creía en la explicación marxista, a pesar de su inicial militancia en el partido comunista de España que le costó la cárcel en los primeros 70. Esa militancia le vacunó para siempre frente a cualesquiera partidarios de una única explicación para los hechos, que el caso del PCE siempre provenía de un politburó inamovible frente a un pasado complejo, según la versión textual que le dio a quien escribe estas letras. Para él la militancia comunista era el medio para luchar contra la falta de libertad pero no un fin. Su concepto de libertad era libertario, no libertariano (Robert Nozick quedaba todavía muy lejos), quizá también era una libertad ácrata, budista, de raíces cristianas y antiguas pero no clerical y, naturalmente, propia y heterodoxa.

Era la misma libertad que en sus últimos años, para pasmo y sorpresa de muchos le llevo a apoyar a Vox, partido radical ultraconservador en España, pero que él defendía que no era fascista, no sin cierta razón desde el punto de vista jurídico ya que argumentaba que respetaba la ley y la Constitución, aunque esa idea suya es discutible desde otras ópticas. Así se lo explicó en una conversación al periodista Antonio Maestre que puede consultarse en Internet. Él era un respetuoso convencido de la ley de la que normalmente no opinaba, no era su campo, demasiado rígido y encorsetado para él. Pero esta ya es una época en la que en España no se da la libertad de opinión con la amplísima tolerancia como la que existía en la década de los 80 y la transición. Por el contrario, esta es una etapa donde se vuelve a vivir la peor intolerancia, radicalismo y populismo que recuerda a las peores etapas de continuo desacuerdo y frentismo permanente.

En estos últimos años sus enemigos, variados por distintas causas y de distintas ideologías, estaban perfectamente pertrechados con el cañón cargado contra algunos de sus excesos verbales, para pasarle la factura de su heterodoxia. Algunas de sus declaraciones a veces fueron incorrectas, aunque eran más que realidades, sueños casi inventados propios de un veterano provocador, que omitió el desmentirlas. De nuevo se había puesto el mundo por montera, pero quizá se equivocaba en algunas opiniones que chocaban contra los valores actuales.

Pero así somos y con ese toro tuvo que lidiar. No hay otro y es el que le salió en suerte. Esa referencia taurina se relaciona con su gusto por los toros que consideraba que estaba en la raíz de un viejo pasado que estaba en el subconsciente de muchos españoles. Hoy esto es ya también discutible, porque la sociedad ha cambiado mucho. Quizá lo que esté en el subconsciente de muchos españoles de hoy también sea un adecuado respeto por el buen trato animal y unos derechos que todavía algunos niegan a los animales. Pero esa es otra de las cuestiones polémicas. Prosigamos que el camino aún es largo.

Llegados a este punto, conviene aclarar algo. Este escrito no es una defensa de Fernando Sánchez Dragó. Quien esto escribe considera que cada persona tiene sus luces y sus sombras. La perfección no existe. Los errores pueden ser importantes pero no deben esconder la grandeza, el nivel intelectual y la validez de determinadas obras. Por esa misma razón, quizá entonces deberíamos sentenciar al vertedero de la historia a grandes hombres como Aristóteles, Platón o a Marco Tulio Cicerón. En su época se aceptaba la esclavitud y todos ellos fueron respetuosos con las costumbres de su época. ¿Eso debe invalidar toda su obra desde la perspectiva de la axiología actual? ¿habría entonces que refundar los principios filosóficos sobre los que descansa esta sociedad? este revisionismo histórico y cultural comienza a darse en esta época donde se acepta desde la plena indiferencia que ancianos desvalidos o personas fuera del sistema duerman a la intemperie en invierno mientras se pasa a su lado consultando el último tuit publicado. No es más que un síntoma contemporáneo de mirar hacia otro lado frente a lo que siempre fue y todavía es: la injusticia y una enorme desigualdad sigue presente a pesar del progreso.

Pero basta de requiebros. Se trata de volver sobre lo que representó Gargoris y Habidis en aquel tiempo ya distinto y muy lejano, no de resolver filias y fobias.  Fue una obra rupturista en la que negaba y discutía de frente y por derecho la culpabilidad de los “heterodoxos” al mismísimo Menéndez y Pelayo, tesis que desarrolló en su obra ya clásica Los heterodoxos españoles. Por el contrario, se apoyaba en ellos para descifrar que imaginario social se daba en aquellas lejanas épocas y que contribuyera a explicar más ampliamente algunos de los hechos históricos constatables. Es decir, nada menos que se atrevió a interpretar desde su punto de vista, las razones de por qué la historia fue de un modo y no de otro, más allá de batallas, fechas e invasiones. Discutió la historiografía clásica. Esto no era tolerable. Una caterva enorme de académicos se enfrentó a esa obra desde los púlpitos académicos, también salieron a la palestra enemigos ideológicos como Leopoldo Azancot, que mantuvo con él una fuerte polémica pero que solo fue de parte, ya que Sánchez Dragó casi ni se molestó en contestarle, porque entendía que no había comprendido nada de su obra, como así era.

Pero nuevamente y tentando a la suerte en un quite inesperado ganó la partida. Sus críticos tuvieron que aceptar que esa obra fue un superventas que asombró a propios y extraños. La razón es que apelaba al subconsciente jungiano. Su viejo maestro Jung le había enseñado que es allí donde se resuelven realmente las dudas que atenazan al hombre contemporáneo.  Con el éxito de su obra había quedado demostrado que el hombre tiene una raíz de origen que permanece años oculta, quizá siglos, pero a veces sale. Había logrado conectar con ese hilo invisible para muchos y es que hasta los más incrédulos cuando se les habla de un pasado distinto sienten curiosidad. Fue su éxito.

Gargoris y Habidis, no es una obra histórica al uso, pero se apoya en la historia para explicar el pasado de unos habitantes remotos de este suelo común. Ese pasado está compuesto de creencias escondidas, ritos ocultos que no agradaban al poder, costumbres, herejías según la creencia de aquel tiempo, heterodoxias y, en suma, a todo lo contrario a lo que la historia clásica entiende como historia. Pero en su obra tampoco reniega de la historia como disciplina. Era demasiado inteligente para cometer ese error. No la cuestiona, solo lleva al lector por otros caminos para que cada lector desarrolle una labor de interpretación de su pasado. Por eso su lectura no era cómoda, tampoco lo pretendía. Él solo facilita algunas herramientas para comprender el presente de los años en que se redacta la obra que se seguía presentando como extremadamente rígido y definido. Entiende que ello facilitaría al lector comprender mucho mejor ese presente y preservarse frente a los salvadores recurrentes de la patria, si se recorría el tortuoso y, a veces, difícil camino que propone en su obra. Pero no confirma ni afirma, sólo desde la duda expone y propone lo que pudo ser. Magistralmente lo explica en el prólogo de la obra Gonzalo Torrente Ballester que provenía de una tierra donde las meigas o la santa compaña no se tomaban a broma.

Fue una obra memorable, intensa, extensa, compleja, difícil, circular a veces pero que al final acaba siendo un viaje inolvidable a un pasado sobre el que se debe volver. Quién la haya leído seriamente seguro que ha resultado influido por ella y le ha hecho revisar algunas ideas preconcebidas en la historia estudiada. De eso se trataba.

No quita la razón a los dos grandes historiadores españoles de la época que mantuvieron una polémica que todavía hoy continua viva sobre los orígenes de lo que hoy es España, pero ya sin mucha presencia salvo para especialistas: Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. Ambos son autores de sendas teorías sobre el origen y la estructura histórica de España. No los niega solo los matiza. Se apoya en ellos, pero no toma partido. También matiza indirectamente sin entrar en detalle al ser de España de los intelectuales de los años treinta, como Ortega y Gasset, Laín Entralgo o Manuel Azaña. Estos ya eran posteriores a la etapa estudiada en su obra. Sin embargo, facilita suficientes claves para al menos condicionar la tesis sobre España y su problema de todos ellos. La recomendación intrínseca era: lean el pasado y lo que creía la gente de a pie, no solo a los que escribieron una historia condicionada por los sucesivos poderes.

Solo resta ya acabar este escrito reconociendo la determinante influencia que esta obra tuvo en un periodo importante en la formación de quien escribe. Gracias por tanto a pesar de todo y desear a Dionisio que se encuentre en terrenos cómodos para ejercer su ya definitiva y eterna libertad de pensamiento.

Gracias Fernando por aquellas charlas improvisadas y repetidas año a año en aquellas mañanas a primera hora de las ferias del libro de Madrid de los 80 antes de que llegaran los lectores.

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