Nuevamente José Álvarez
Junco[1], uno de los mejores
historiadores españoles contemporáneos, ha escrito un obra que, sin gran riesgo
de equivocación, será motivo de consulta tanto para estudiosos del fenómeno del
nacionalismo como de todo tipo de público que tenga cierto interés por este
tema (Dioses útiles. Naciones y nacionalismos. Barcelona, Galaxia Gutemberg,
2016).
Esta problemática que atañe
a los Estados-Nación clásicos ha repuntado con nueva fuerza con el reciente
plebiscito sobre la independencia de Escocia de Reino Unido y las crecientes
reivindicaciones del nacionalismo catalán cuyo parlamento está tratando de
instaurar medidas que sin duda son los prolegómenos de instaurar un estado
independiente catalán sin desconectar realmente del Estado español[2].
La obra tiene un análisis
sobre las distintas posiciones teóricas que los estudiosos del nacionalismo han
ido dando a lo largo del tiempo y que aclaran en gran medida las distintas
posiciones que defienden. Así, hace un repaso concreto sobre la posturas ya
clásicas sobre el asunto como las de Eric Hobsbawn (Naciones y nacionalismo
desde 1789, Barcelona, Crítica, 2001) o Ernest Gellner (Naciones y
nacionalismo, Madrid, Alianza, 2008) entre otros. Ello facilita el conocimiento
básico sobre la situación doctrinal de los actuales estudios sobre
nacionalismo, entendiendo que ya hoy la literatura especializada sobre el
asunto es inabarcable y que se extienden esos análisis desde diversos campos de
conocimiento, la sociología, la ciencia política, la antropología, la historia,
el derecho y hasta los ya más generales estudios culturales.
Sin embargo, y a pesar de la
propia advertencia del autor: “la idea no es ofrecer novedades sobre ninguno
de los casos” o “que sea un libro nuevo no quiere decir que sea una obra
de investigación”, el libro deja conclusiones no menores sobre la
historiografía desde la óptica del siglo XXI y que en otras obras ya había
insistido más colateralmente.
Así, es elocuente su
reconocimiento a la influencia enorme que ha tenido el pensamiento teórico de
Marx en el modo de abordar el estudio de la historia en general y
particularmente el estudio de los nacionalismos. Si la historiografía del siglo
XIX y de buena parte del siglo XX sirvió como soporte para la explicación de la
nación y del relato sobre su creación y necesidad de continuidad, el análisis desde
los presupuestos que Marx introdujo en el abordamiento de la historia determinó premisas
importantes para todo análisis del hecho histórico: así señala que Marx, “tomaba como protagonista a las clases en lugar de a las
naciones”, pero además y fue lo verdaderamente determinante para el futuro
del enfoque de la historia, para Marx “los sujetos de la historia no se
movían impulsados por intereses idealistas, sino por una defensa natural, casi
mecánica, de sus intereses materiales”. Por tanto, el materialismo
histórico cambió el sujeto, de la nación a la clase, y el motivo de sus
intereses, desde el ideal al interés material. Ello, ya dejó una impronta que
ha ido mucho más allá de las obras que abordan la historia, la sociología o las
ciencias sociales desde el puro análisis marxista.
Hoy puede decirse que una
historia que no tenga en cuenta los condicionantes económicos de la época en
que se trate, la situación de los distintos grupos sociales dentro ese contexto
socio-económico o la legislación si es que existía para mejorar las condiciones
vitales de los menos favorecidos, podría entenderse que es una historia
meramente cronológica, idealista, que explica el proceso histórico en términos
exclusivamente de los principales hitos temporales y que otorga una importancia
determinante a los condicionantes más subjetivos como el sentimiento nacional,
el peso ancestral de la costumbre o propiamente de la creación de una corriente
que idealiza la pertenencia a un grupo y que normalmente el autor sublima para
apoyar su texto.
Que un autor del prestigio
de Álvarez Junco, y alejado de posiciones marxistas clásicas o neomarxistas en
sus planteamientos, otorgue una importancia capital a la renovación en la investigación científica en ciencias sociales a la obra de Marx y en concreto a la
teoría de la historiografía actual, es estar haciendo justicia a lo que normalmente se
ha negado y que no es otra cosa que el gran valor renovador que para las ciencias sociales añadió ese enfoque. Normalmente citar la palabra marxismo o el concepto
materialismo histórico crea repulsa y no sin razón debido a los múltiples
crímenes que en nombre de ello, se han realizado desde su aparición. Pero se
olvida que Marx no fue propiamente un revolucionario aunque sus tesis se hayan
aprovechado por interpretes interesados que han deformado y desprestigiado su
labor intelectual[3].
Otras conclusiones que el
autor señala y que tienen como base las premisas citadas son determinantes
sobre el motivo del libro y de su redacción, y que se compartan o no, obligaran
a quién se acerque al análisis del nacionalismo desde la óptica del siglo XXI a
desterrar mitos indemostrables.
Así, señala acertadamente
que “ la identidad española, como cualquier otra, es una construcción
histórica de múltiples acontecimientos y factores, algunos estructurales, pero
en su mayoría contingentes”. Es decir, en propias palabras del autor, no
hay designios providenciales ni misteriosos, ni tampoco un espíritu colectivo
que habite en los nativos del país desde hace milenio. Señala que no hay
razones para creer que existe un “genio nacional” ni nada parecido, y
que no hay nada anormal o raro comparativamente a otros países. Es decir aboga
por entender que en el caso español, como en el de la inmensa mayoría de los
países, se construye la identidad nacional sobre la base de la evolución de
factores económicos, culturales o políticos[4].
De este modo, sitúa de nuevo en sus justos términos el llamado “ Volksgeist “,
el espíritu del pueblo, cuyo concepto
construyó Herder[5] para explicar las
diferencias con el cosmopolitismo ilustrado, que según él unificaba a los pueblos sin tener
en cuenta las diferencias inmutables culturales, racionales,
psicológicos etc.., ahistóricas y que consideraba que eran anteriores, por tanto,
superiores respecto de las personas que conforman la nación. Claramente es un
concepto romántico que dio lugar en el siglo XIX a la eclosión nacionalista y
al espíritu de la nación alemana que desembocó en el desastre del nazismo sobre
esa base teórica previa.
De este modo desmonta los nuevos mitos recuperados por los
nuevos nacionalismos sobre la existencia de rasgos comunes previos a la nación
que son los que precisamente dan lugar a ésta. Mitos en los que se basan
estas nuevas élites nacionalistas que, desoyendo el proyecto ilustrado heredero
de la Revolución Francesa que propone la igualdad original de todos los hombres
en derechos, siguen pretendiendo encontrar diferencias que explicarían la razón
de la existencia de la nación con sus diferencias y que sin duda tendrían diferencias en derechos a los no pertenecientes a la misma. Pero esas razones que esgrimen no tienen solidez
racional, valga la redundancia, ya que no atienden a razones demostrables sino
a argumentos subjetivos, románticos y basadas en mitologías inventadas. Ese es el verdadero mensaje de esta obra magnífica.
[1]Álvarez
Junco ya había dejado una obra memorable sobre el concepto histórico de la
nación española: Mater Dolorosa. La idea de España en el Siglo XIX, Madrid,
Taurus, 2001. En ella analiza el proceso de construcción de la identidad
española a lo largo del siglo XIX, desde la guerra de independencia hasta la
derrota del 98 y la pérdida de las últimas colonias. Obra ya canónica sobre el
problema de qué se entendió por España desde las distintas concepciones
políticas e ideológicas de la época que conformaron la identidad de lo español
hasta hoy, que no puede decirse que haya sido ni es un pensamiento
unitario, y que tuvo su principal plasmación
en el desacuerdo sobre la visión de España que se plasmó con la crisis vital,
intelectual y de orden práctico que tuvo lugar con la Guerra Civil del 36,
habiendo dejado en la ciudadanía española un sentimiento, hoy todavía, de que
la forma de entender el país por grandes sectores de la ciudadanía sería por
mucho tiempo divergente en no pocos aspectos, a pesar de los enormes logros y
avances que el Estado Social y de Derecho desde la Constitución de 1978 ha
hecho en este sentido. Si como señala Álvarez Junco en la obra reciente, el modelo
que se buscó con la Constitución del 1978 era el del Estado francés, un Estado
fuerte que cohesionara desde una centralidad clara de la administración central
las distintas sensibilidades, realmente aún no se ha logrado esa meta.
[2]
Esta última es una situación realmente
inaudita, pero por otra parte no
sorprende en gran medida ante la determinación de algunas élites del
nacionalismo catalán que pueden estar prefiriendo una confrontación directa y
frontal inmediata contra el Estado español infringiendo la legislación
constitucional vigente, además de empezar a entrar en conductas que pueden ser
susceptibles de englobarse dentro de las presupuestos contenidos en las conductas
delictivas contra el Estado que describen los tipos penales en este tipo de
delitos. Todo ello a pesar de los problemas sociales y económicos que ello
tendría y dando por descontada la grave crisis política que se abriría en
Cataluña con pronósticos nada beneficiosos para los más desfavorecidos de la
ciudadanía de Cataluña.
[3]
Sobre Marx se olvida con frecuencia
que precisamente advirtió que para llegar a la implantación del socialismo, la
sociedad en que se tratase debería estar plenamente avanzada. Es decir creía en
el proceso histórico que debía irse modificando poco a poco. De hecho ya advirtió
que para que sus tesis fueran válidas y aplicables no podrían implementarse en sociedades
poco avanzadas. Sencillamente ocurrió que alguno de sus intérpretes como Lenin,
precisamente contravinieron directamente la teoría de Marx, no la teoría denominada
marxista (hoy esta debería denominarse teoría interpretativa del pensamiento de
Marx). Así implantó directamente el socialismo marxista en la sociedad menos
avanzada económicamente de Europa, Rusia, creando la dictadura el proletariado
que no fue otra cosa que su propia dictadura, con el gran fracaso conocido en
su desarrollo final y que ha arrostrado injustamente a Marx críticas
injustificadas, pero que normalmente provienen de reaccionarios que no han
penetrado en su pensamiento profundo y se han quedado en las puertas de los
hechos de sus intérpretes.
[4] Ver
referencias en pag, XIV y XV de su introducción.
[5]
lo definió como las fuerzas que tiene intrínsecas
cada pueblo, que no por ser inconscientes para los individuos a pesar de tener
una lengua común, y que dan lugar a diversas manifestaciones que son comunes
para determinadas comunidades en expresiones artísticas como la poesía pero que a su vez determinan la historia o el derecho de ese grupo humano.
Realista, que no pesimista....incapaces de implantar la justicia, que cada vez es un valor más remoto. Muy sugerente
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