martes, 5 de mayo de 2020

Estado de Alarma en Covid 19 y su renovación. Elementos para una discusión


La discusión sobre la conveniencia de la renovación del Estado de Alarma que solicitará el gobierno del PSOE al Congreso de los Diputados el próximo 6 de mayo con vigencia desde el pasado 15 de marzo de 2020, está dando lugar a una enorme controversia política y social dado la emergencia sanitaria, social y, en no menor medida, económica que está sufriendo el país por la terrible pandemia provocada por el virus, coronavirus Covid 19.

Sería la cuarta prorroga desde que el Congreso dio luz verde al primer Estado de Alarma. La discusión política en esa prorroga se ha desatado de manera muy virulenta, ya que hay partidos que apoyan al gobierno en colación que han anunciado su negativa a renovarlo como la de los catalanistas de ERC, como la oposición en pleno del ala de la derecha de la cámara que representan VOX y PP. 

Todo ello evidencia la dificultad que tiene un gobierno en coalición cuyos apoyos en parte son nacionalistas que tienen una ruta política distinta a la del interés intrínseco del Estado. Pero también evidencia un mal que acosa a la política española y que tiene orígenes muy lejanos, anteriores a los años de la guerra civil, como es el enfrentamiento que puede calificarse de cainita e irreductible sobre la visión totalmente contrapuesta del Estado y la nación que tiene en términos generales la derecha y la izquierda del arco parlamentario español. Esa problemática que se superó en 1978 con la Transición por la generosidad de aquellas Cortes y de la sensatez del pueblo, hoy ha vuelto con tintes preocupantes máxime en una situación de emergencia como ésta.

Los argumentos que se dan por las partes, ya sean los partidos políticos, los agentes sociales o los ciudadanos en general tienen una mezcla de elementos jurídicos, sociológicos, filosóficos, políticos y económicos, lo que enriquece la discusión. Lo que sería enormemente positivo para mejorar la discusión política si la gravedad no fuera la que es realmente.

Por ello conviene deslindar algunas cuestiones para evitar la confusión y lo que es peor, el demonizar a los discrepantes o ensalzar en exceso a los que están a favor de la renovación del Estado de Alarma, ya que en esas situaciones se corre el riesgo de fracturar aún mucho más la democracia que ya tenia suficientes problemas antes de la pandemia por las particularidades de la propia política española.

El primer elemento de contienda que se esgrime es el equivocado argumento de la obligatoriedad de que el gobierno deba acudir a la renovación del Estado de Alarma cada quince días ante el Congreso de los Diputados. El error en algunos casos proviene de una deficiente lectura tanto del art. 116 de la CE, como del art. 6 de la Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los estados de alarma, excepción y sitio.

 Este dice textualmente: “Uno. La declaración del estado de alarma se llevará a cabo mediante decreto acordado en Consejo de Ministros.

Dos. En el decreto se determinará el ámbito territorial, la duración y los efectos del estado de alarma, que no podrá exceder de quince días. Sólo se podrá prorrogar con autorización expresa del Congreso de los Diputados, que en este caso podrá establecer el alcance y las condiciones vigentes durante la prórroga”.

Claramente sólo se está obligado a que se deba renovar el Estado de Alarma la primera vez a los quince días. Posteriormente pueden pedirse las prórrogas por el espacio de tiempo que el gobierno solicitante considere. De hecho, hay un precedente con la petición de renovación del Estado de Alarma por el gobierno Zapatero en la crisis de los controladores aéreos en 2011 que se prorrogó por 30 días por el Congreso.

Esta cuestión sencilla, eminentemente jurídica, ha sido tergiversada hasta la extenuación en esta época de “Fake News” y “posverdad” que asola las redes sociales en las que se conforma la opinión de gran parte de la ciudadanía, ya que manejan a ésta por el natural desconocimiento que sobre los temas jurídicos más especializados tienen los ciudadanos. Lo grave es que se utilizan desde alguno de los medios de opinión. Esto último ya es más preocupante y criticable.

Hubiera sido más positivo considerar por todos que el gobierno está haciendo un esfuerzo democrático por acudir a la renovación cada 15 días al Congreso. Siempre es positivo reconocer algunas cuestiones.

También se esgrimen argumentos sociales, políticos y de gravedad y urgencia económica. No es preciso entrar en cada uno de ellos, porque salvando el aspecto jurídico que es el objetivo y ya analizado, el resto de las cuestiones son por supuesto argumentos todos ellos para tener en cuenta.

Sin embargo, en los argumentos que se dan tanto a favor como en contra de la crisis si hay un elemento enormemente discutible. Es el aludir a razones éticas.

Este sí que es un asunto que hay que evitar, ya que el término ética se utiliza con enorme frecuencia por quienes lo emplean para conseguir un plus muy destacado para su argumentación.

¿Por qué esto es así? Porque la ética es una de las palabras que cuando se emplea tiene a veces el efecto de conferir casi taumatúrgicamente un efecto de veracidad al argumento al que se reviste con esa cualidad. Ello por supuesto no es válido en modo alguno. La razón es que la ética no es una sino varias y distintas. Otra cuestión muy distinta es que exista una ética de la época aceptada, y existe, pero no es el caso. Ya que argumentar a una determinada ética como última validez argumental quiere decir seguro que se pretende argumentar a una ética concreta como válida frente a las otras. De modo más comprensible es tanto como decir que determinada opinión que se crea que es ética es mejor y más valida que otras.

Entrando en el detalle, la postura de ERC, VOX o PP que en principio anuncian su negativa a renovar el Estado de Alarma, lo que puede poner en riesgo sobre todo la posibilidad de que los derechos fundamentales puedan ser restringidos por el gobierno, ¿puede calificarse de no ética?  En modo alguno. Es una propuesta política. 

Calificarla de antiética es precisamente calificar posturas políticas con cualidades cuasi religiosas apelando a la ética. La ética como ya nos dijo Adela Cortina puede haber sustituido en cierto modo a la religión en el imaginario de las sociedades democráticas modernas. Pero es cierto que el apoyo excesivo en la ética, apela a algo también cuasi religioso: la ideología. ¿Cuál de esas éticas es la verdadera cuando se confunde con posturas políticas?.

 De eso es de lo que hay que huir en democracias complejas como las que ya se venían venir antes de la pandemia, pero que ahora ya no vienen sino que se precipitan rápidamente en el cercano horizonte político.

Son siempre preferibles argumentos políticos, económicos, sociales, históricos a calificar de no éticas determinadas posturas políticas. Porque por allí se abre una puerta difícil de cerrar y en el origen de las dificultades de la política española desde hace dos siglos: en enfrentamiento entre distintos modos de concebir la vida, el Estado y la sociedad.

Pero es que en sociedades complejas como son las del siglo XXI, hay que aceptar las opiniones de otros y convivir con lo diverso, o se caería en el totalitarismo ideológico. Unos lo llaman fascismo, otros comunismo y hoy otros lo llaman populismo.

Hasta para los partidarios sin discusión como es la de quién escribe de que en estas situaciones hay que cerrar filas con el gobierno que sea y apoyarle en situaciones de emergencia, los argumentos éticos no son aceptables para la disputa y la discusión política, porque evocan a algo distinto a la política y de ámbito interno de cada persona, aunque tenga precipitación en una ética general ciudadana. 

Es mucho más argumentable en estos casos hablar de patriotismo constitucional o de si se prefiere leal oposición. Son términos de origen anglosajón que tuvieron éxito en etapas como la Inglaterra de Churchill en la segunda guerra mundial o el New Deal.

Por supuesto esto sólo es una opinión y que sólo pretende dar más elementos para la discusión, pero sin ninguna connotación de mayor o mejor validez ética, valga la redundancia.

Hubiera sido muy procedente apelar a Jürgen Habermas de quién estas ideas son en parte deudoras. Pero ello, habría impedido que algún lector hubiera llegado hasta aquí, ante el temor de estar ante argumentos filosóficos inentendibles, pero como se muestra no lo son tales.

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