miércoles, 10 de agosto de 2016

El espíritu del pueblo. Un nuevo dios útil.







Nuevamente José Álvarez Junco[1], uno de los mejores historiadores españoles contemporáneos, ha escrito un obra que, sin gran riesgo de equivocación, será motivo de consulta tanto para estudiosos del fenómeno del nacionalismo como de todo tipo de público que tenga cierto interés por este tema (Dioses útiles. Naciones y nacionalismos. Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2016). 
Esta problemática que atañe a los Estados-Nación clásicos ha repuntado con nueva fuerza con el reciente plebiscito sobre la independencia de Escocia de Reino Unido y las crecientes reivindicaciones del nacionalismo catalán cuyo parlamento está tratando de instaurar medidas que sin duda son los prolegómenos de instaurar un estado independiente catalán sin desconectar realmente del Estado español[2]

La obra tiene un análisis sobre las distintas posiciones teóricas que los estudiosos del nacionalismo han ido dando a lo largo del tiempo y que aclaran en gran medida las distintas posiciones que defienden. Así, hace un repaso concreto sobre la posturas ya clásicas sobre el asunto como las de Eric Hobsbawn (Naciones y nacionalismo desde 1789, Barcelona, Crítica, 2001) o Ernest Gellner (Naciones y nacionalismo, Madrid, Alianza, 2008) entre otros. Ello facilita el conocimiento básico sobre la situación doctrinal de los actuales estudios sobre nacionalismo, entendiendo que ya hoy la literatura especializada sobre el asunto es inabarcable y que se extienden esos análisis desde diversos campos de conocimiento, la sociología, la ciencia política, la antropología, la historia, el derecho y hasta los ya más generales estudios culturales.

Sin embargo, y a pesar de la propia advertencia del autor: “la idea no es ofrecer novedades sobre ninguno de los casos” o “que sea un libro nuevo no quiere decir que sea una obra de investigación”, el libro deja conclusiones no menores sobre la historiografía desde la óptica del siglo XXI y que en otras obras ya había insistido más colateralmente.

Así, es elocuente su reconocimiento a la influencia enorme que ha tenido el pensamiento teórico de Marx en el modo de abordar el estudio de la historia en general y particularmente el estudio de los nacionalismos. Si la historiografía del siglo XIX y de buena parte del siglo XX sirvió como soporte para la explicación de la nación y del relato sobre su creación y necesidad de continuidad, el análisis desde los presupuestos que Marx introdujo en el abordamiento de la historia determinó premisas importantes para todo análisis del hecho histórico: así señala que Marx, “tomaba como protagonista a las clases en lugar de a las naciones”, pero además y fue lo verdaderamente determinante para el futuro del enfoque de la historia, para Marx “los sujetos de la historia no se movían impulsados por intereses idealistas, sino por una defensa natural, casi mecánica, de sus intereses materiales”. Por tanto, el materialismo histórico cambió el sujeto, de la nación a la clase, y el motivo de sus intereses, desde el ideal al interés material. Ello, ya dejó una impronta que ha ido mucho más allá de las obras que abordan la historia, la sociología o las ciencias sociales desde el puro análisis marxista.

Hoy puede decirse que una historia que no tenga en cuenta los condicionantes económicos de la época en que se trate, la situación de los distintos grupos sociales dentro ese contexto socio-económico o la legislación si es que existía para mejorar las condiciones vitales de los menos favorecidos, podría entenderse que es una historia meramente cronológica, idealista, que explica el proceso histórico en términos exclusivamente de los principales hitos temporales y que otorga una importancia determinante a los condicionantes más subjetivos como el sentimiento nacional, el peso ancestral de la costumbre o propiamente de la creación de una corriente que idealiza la pertenencia a un grupo y que normalmente el autor sublima para apoyar su texto.

Que un autor del prestigio de Álvarez Junco, y alejado de posiciones marxistas clásicas o neomarxistas en sus planteamientos, otorgue una importancia capital a la renovación en la investigación científica en ciencias sociales a la obra de Marx  y en concreto a la teoría de la historiografía actual, es estar haciendo justicia a lo que normalmente se ha negado y que no es otra cosa que el gran valor renovador que para las ciencias sociales añadió ese enfoque. Normalmente citar la palabra marxismo o el concepto materialismo histórico crea repulsa y no sin razón debido a los múltiples crímenes que en nombre de ello, se han realizado desde su aparición. Pero se olvida que Marx no fue propiamente un revolucionario aunque sus tesis se hayan aprovechado por interpretes interesados que han deformado y desprestigiado su labor intelectual[3].

Otras conclusiones que el autor señala y que tienen como base las premisas citadas son determinantes sobre el motivo del libro y de su redacción, y que se compartan o no, obligaran a quién se acerque al análisis del nacionalismo desde la óptica del siglo XXI a desterrar mitos indemostrables.

Así, señala acertadamente que “ la identidad española, como cualquier otra, es una construcción histórica de múltiples acontecimientos y factores, algunos estructurales, pero en su mayoría contingentes”. Es decir, en propias palabras del autor, no hay designios providenciales ni misteriosos, ni tampoco un espíritu colectivo que habite en los nativos del país desde hace milenio. Señala que no hay razones para creer que existe un “genio nacional” ni nada parecido, y que no hay nada anormal o raro comparativamente a otros países. Es decir aboga por entender que en el caso español, como en el de la inmensa mayoría de los países, se construye la identidad nacional sobre la base de la evolución de factores económicos, culturales o políticos[4].

De este modo, sitúa de nuevo en sus justos términos el llamado “ Volksgeist “, el espíritu del pueblo, cuyo concepto construyó Herder[5] para explicar las diferencias con el cosmopolitismo ilustrado,  que según él unificaba a los pueblos sin tener en cuenta las diferencias inmutables culturales, racionales, psicológicos etc.., ahistóricas y que consideraba que eran anteriores, por tanto, superiores respecto de las personas que conforman la nación. Claramente es un concepto romántico que dio lugar en el siglo XIX a la eclosión nacionalista y al espíritu de la nación alemana que desembocó en el desastre del nazismo sobre esa base teórica previa.

De este modo desmonta los nuevos mitos recuperados por los nuevos nacionalismos sobre la existencia de rasgos comunes previos a la nación que son los que precisamente dan lugar a ésta. Mitos en  los que se basan estas nuevas élites nacionalistas que, desoyendo el proyecto ilustrado heredero de la Revolución Francesa que propone la igualdad original de todos los hombres en derechos, siguen pretendiendo encontrar diferencias que explicarían la razón de la existencia de la nación con sus diferencias y que sin duda tendrían diferencias en derechos a los no pertenecientes a la misma. Pero esas razones que esgrimen no tienen solidez racional, valga la redundancia, ya que no atienden a razones demostrables sino a argumentos subjetivos, románticos y basadas en mitologías inventadas. Ese es el verdadero mensaje de esta obra magnífica.



[1]Álvarez Junco ya había dejado una obra memorable sobre el concepto histórico de la nación española: Mater Dolorosa. La idea de España en el Siglo XIX, Madrid, Taurus, 2001. En ella analiza el proceso de construcción de la identidad española a lo largo del siglo XIX, desde la guerra de independencia hasta la derrota del 98 y la pérdida de las últimas colonias. Obra ya canónica sobre el problema de qué se entendió por España desde las distintas concepciones políticas e ideológicas de la época que conformaron la identidad de lo español hasta hoy, que no puede decirse que haya sido ni es un pensamiento unitario,  y que tuvo su principal plasmación en el desacuerdo sobre la visión de España que se plasmó con la crisis vital, intelectual y de orden práctico que tuvo lugar con la Guerra Civil del 36, habiendo dejado en la ciudadanía española un sentimiento, hoy todavía, de que la forma de entender el país por grandes sectores de la ciudadanía sería por mucho tiempo divergente en no pocos aspectos, a pesar de los enormes logros y avances que el Estado Social y de Derecho desde la Constitución de 1978 ha hecho en este sentido. Si como señala Álvarez Junco en la obra reciente, el modelo que se buscó con la Constitución del 1978 era el del Estado francés, un Estado fuerte que cohesionara desde una centralidad clara de la administración central las distintas sensibilidades, realmente aún no se ha logrado esa meta.
[2] Esta última es una situación realmente inaudita,  pero por otra parte no sorprende en gran medida ante la determinación de algunas élites del nacionalismo catalán que pueden estar prefiriendo una confrontación directa y frontal inmediata contra el Estado español infringiendo la legislación constitucional vigente, además de empezar a entrar en conductas que pueden ser susceptibles de englobarse dentro de las presupuestos contenidos en las conductas delictivas contra el Estado que describen los tipos penales en este tipo de delitos. Todo ello a pesar de los problemas sociales y económicos que ello tendría y dando por descontada la grave crisis política que se abriría en Cataluña con pronósticos nada beneficiosos para los más desfavorecidos de la ciudadanía de Cataluña.
[3] Sobre Marx se olvida con frecuencia que precisamente advirtió que para llegar a la implantación del socialismo, la sociedad en que se tratase debería estar plenamente avanzada. Es decir creía en el proceso histórico que debía irse modificando poco a poco. De hecho ya advirtió que para que sus tesis fueran válidas y aplicables no podrían implementarse en sociedades poco avanzadas. Sencillamente ocurrió que alguno de sus intérpretes como Lenin, precisamente contravinieron directamente la teoría de Marx, no la teoría denominada marxista (hoy esta debería denominarse teoría interpretativa del pensamiento de Marx). Así implantó directamente el socialismo marxista en la sociedad menos avanzada económicamente de Europa, Rusia, creando la dictadura el proletariado que no fue otra cosa que su propia dictadura, con el gran fracaso conocido en su desarrollo final y que ha arrostrado injustamente a Marx críticas injustificadas, pero que normalmente provienen de reaccionarios que no han penetrado en su pensamiento profundo y se han quedado en las puertas de los hechos de sus intérpretes.
[4] Ver referencias en pag, XIV y XV de su introducción.
[5] lo definió como las  fuerzas que tiene intrínsecas cada pueblo, que no por ser inconscientes para los individuos a pesar de tener una lengua común, y que dan lugar a diversas manifestaciones que son comunes para determinadas comunidades en expresiones artísticas como la poesía pero que a su vez determinan la historia o el derecho de ese grupo humano.

1 comentario:

  1. Realista, que no pesimista....incapaces de implantar la justicia, que cada vez es un valor más remoto. Muy sugerente

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