En el día 10 de este mes de Abril
de 2023, ese mes cruel como le definió T. S Eliot en su poema La tierra
baldía, ha partido Dionisio para reunirse con los legendarios Gargoris y
Habidis, aquellos reyes de Tartessos que él descubrió a una gran parte de
españoles en un lejano 1978. A partir de la historia de aquellos primeros reyes
en lo que hoy es suelo español, invitó a los lectores de su obra Gargoris
y Habidis. Una historia mágica de España a partir con él a un viaje
hacia un pasado remoto de una España que no existía en la época de aquellos
reyes legendarios y que en ese año de 1978 sólo tenía dos versiones: la de los
vencedores y vencidos resultantes del mayor error histórico acontecido en este
viejo suelo.
¿Por qué Dionisio?, este en la
mitología griega era el dios de la fertilidad y el vino. Para unos era hijo de
Zeus y Sémele, nieto de Harmonía y bisnieto de Afrodita y Ares, aunque otros
pensaban que era hijo de Zeus y Perséfone. Pero eso ya es un pasado muy lejano.
Lo cierto es que Dionisio su alter ego elegido en su obra Las fuentes
del Nilo. Protocolos del camino de Damasco de 1986. En esa obra
iniciática Sánchez Dragó describe el recorrido que le llevo a encontrarse con
las filosofías orientales budistas y a reconocer otros saberes ya extinguidos
pero que estaban aún en el subconsciente. Era el caso de los conocimientos
herméticos de Hermes Trismegisto, aquel pagano que anunció el advenimiento del
cristianismo. Quizá convenga leer esa obra posterior para comprender mucho
mejor que le movió para afrontar la escritura de Gargoris y Habidis.
Las fuentes intelectuales que le
guiaban en ese camino ya las señaló en la introducción a Gargoris y Habidis.
Nada menos que se apoya en Platón, Nietzsche y Jung y con las alforjas llenas
de esas lecturas se decidió a vivir una vida que él mismo definió como lo que
quiso realmente ser: escritor y viajero. Vaya que sí lo fue, viajó por varios
continentes, enseñó español entre otros países en Italia, Japón, Senegal,
Marruecos, Kenia, Jordania, Estados Unidos o España.
Antes de todo ello, se había
sumergido en las bibliotecas españolas para bucear en la intrahistoria de
aquella España en la que el sentía algo incomodo. De esa investigación
exhaustiva, nació Gargoris y Habidis. Una historia mágica de España. No
creía, al igual que no creíamos algunos otros que le leímos con fruición,
en la historia basada casi enteramente en una cruzada cuasi religiosa
contra un anticristianismo que realmente no existió tal como lo describían los
franquistas de última hora, a pesar del desarrollismo que habían ido
permitiendo a regañadientes. Tampoco creía en la explicación marxista, a pesar
de su inicial militancia en el partido comunista de España que le costó la
cárcel en los primeros 70. Esa militancia le vacunó para siempre frente a
cualesquiera partidarios de una única explicación para los hechos, que el caso
del PCE siempre provenía de un politburó inamovible frente a un pasado
complejo, según la versión textual que le dio a quien escribe estas letras.
Para él la militancia comunista era el medio para luchar contra la falta de
libertad pero no un fin. Su concepto de libertad era libertario, no
libertariano (Robert Nozick quedaba todavía muy lejos), quizá también era una
libertad ácrata, budista, de raíces cristianas y antiguas pero no clerical y,
naturalmente, propia y heterodoxa.
Era la misma libertad que en sus
últimos años, para pasmo y sorpresa de muchos le llevo a apoyar a Vox, partido
radical ultraconservador en España, pero que él defendía que no era fascista,
no sin cierta razón desde el punto de vista jurídico ya que argumentaba que
respetaba la ley y la Constitución, aunque esa idea suya es discutible desde
otras ópticas. Así se lo explicó en una conversación al periodista Antonio
Maestre que puede consultarse en Internet. Él era un respetuoso convencido de
la ley de la que normalmente no opinaba, no era su campo, demasiado rígido y
encorsetado para él. Pero esta ya es una época en la que en España no se da la
libertad de opinión con la amplísima tolerancia como la que existía en la
década de los 80 y la transición. Por el contrario, esta es una etapa donde se
vuelve a vivir la peor intolerancia, radicalismo y populismo que recuerda a las
peores etapas de continuo desacuerdo y frentismo permanente.
En estos últimos años sus
enemigos, variados por distintas causas y de distintas ideologías, estaban
perfectamente pertrechados con el cañón cargado contra algunos de sus excesos
verbales, para pasarle la factura de su heterodoxia. Algunas de sus declaraciones
a veces fueron incorrectas, aunque eran más que realidades, sueños casi
inventados propios de un veterano provocador, que omitió el desmentirlas. De
nuevo se había puesto el mundo por montera, pero quizá se equivocaba en algunas
opiniones que chocaban contra los valores actuales.
Pero así somos y con ese toro
tuvo que lidiar. No hay otro y es el que le salió en suerte. Esa referencia
taurina se relaciona con su gusto por los toros que consideraba que estaba en
la raíz de un viejo pasado que estaba en el subconsciente de muchos españoles.
Hoy esto es ya también discutible, porque la sociedad ha cambiado mucho. Quizá
lo que esté en el subconsciente de muchos españoles de hoy también sea un
adecuado respeto por el buen trato animal y unos derechos que todavía algunos
niegan a los animales. Pero esa es otra de las cuestiones polémicas. Prosigamos
que el camino aún es largo.
Llegados a este punto, conviene
aclarar algo. Este escrito no es una defensa de Fernando Sánchez Dragó. Quien
esto escribe considera que cada persona tiene sus luces y sus sombras. La
perfección no existe. Los errores pueden ser importantes pero no deben esconder
la grandeza, el nivel intelectual y la validez de determinadas obras. Por esa
misma razón, quizá entonces deberíamos sentenciar al vertedero de la historia a
grandes hombres como Aristóteles, Platón o a Marco Tulio Cicerón. En su época
se aceptaba la esclavitud y todos ellos fueron respetuosos con las costumbres
de su época. ¿Eso debe invalidar toda su obra desde la perspectiva de la
axiología actual? ¿habría entonces que refundar los principios filosóficos
sobre los que descansa esta sociedad? este revisionismo histórico y cultural
comienza a darse en esta época donde se acepta desde la plena indiferencia que
ancianos desvalidos o personas fuera del sistema duerman a la intemperie en
invierno mientras se pasa a su lado consultando el último tuit publicado. No es
más que un síntoma contemporáneo de mirar hacia otro lado frente a lo que
siempre fue y todavía es: la injusticia y una enorme desigualdad sigue presente
a pesar del progreso.
Pero basta de requiebros. Se
trata de volver sobre lo que representó Gargoris y Habidis en aquel tiempo ya
distinto y muy lejano, no de resolver filias y fobias. Fue una obra
rupturista en la que negaba y discutía de frente y por derecho la culpabilidad
de los “heterodoxos” al mismísimo Menéndez y Pelayo, tesis que desarrolló en su
obra ya clásica Los heterodoxos españoles. Por el contrario, se
apoyaba en ellos para descifrar que imaginario social se daba en aquellas
lejanas épocas y que contribuyera a explicar más ampliamente algunos de los
hechos históricos constatables. Es decir, nada menos que se atrevió a
interpretar desde su punto de vista, las razones de por qué la historia fue de
un modo y no de otro, más allá de batallas, fechas e invasiones. Discutió la
historiografía clásica. Esto no era tolerable. Una caterva enorme de académicos
se enfrentó a esa obra desde los púlpitos académicos, también salieron a la
palestra enemigos ideológicos como Leopoldo Azancot, que mantuvo con él una
fuerte polémica pero que solo fue de parte, ya que Sánchez Dragó casi ni se
molestó en contestarle, porque entendía que no había comprendido nada de su
obra, como así era.
Pero nuevamente y tentando a la
suerte en un quite inesperado ganó la partida. Sus críticos tuvieron que
aceptar que esa obra fue un superventas que asombró a propios y extraños. La
razón es que apelaba al subconsciente jungiano. Su viejo maestro Jung le había
enseñado que es allí donde se resuelven realmente las dudas que atenazan al
hombre contemporáneo. Con el éxito de su obra había quedado demostrado
que el hombre tiene una raíz de origen que permanece años oculta, quizá siglos,
pero a veces sale. Había logrado conectar con ese hilo invisible para muchos y
es que hasta los más incrédulos cuando se les habla de un pasado distinto
sienten curiosidad. Fue su éxito.
Gargoris y Habidis, no es una
obra histórica al uso, pero se apoya en la historia para explicar el pasado de
unos habitantes remotos de este suelo común. Ese pasado está compuesto de
creencias escondidas, ritos ocultos que no agradaban al poder, costumbres,
herejías según la creencia de aquel tiempo, heterodoxias y, en suma, a todo lo
contrario a lo que la historia clásica entiende como historia. Pero en su obra
tampoco reniega de la historia como disciplina. Era demasiado inteligente para
cometer ese error. No la cuestiona, solo lleva al lector por otros caminos para
que cada lector desarrolle una labor de interpretación de su pasado. Por eso su
lectura no era cómoda, tampoco lo pretendía. Él solo facilita algunas
herramientas para comprender el presente de los años en que se redacta la obra
que se seguía presentando como extremadamente rígido y definido. Entiende que
ello facilitaría al lector comprender mucho mejor ese presente y preservarse
frente a los salvadores recurrentes de la patria, si se recorría el tortuoso y,
a veces, difícil camino que propone en su obra. Pero no confirma ni afirma, sólo
desde la duda expone y propone lo que pudo ser. Magistralmente lo explica en el
prólogo de la obra Gonzalo Torrente Ballester que provenía de una tierra donde
las meigas o la santa compaña no se tomaban a broma.
Fue una obra memorable, intensa,
extensa, compleja, difícil, circular a veces pero que al final acaba siendo un
viaje inolvidable a un pasado sobre el que se debe volver. Quién la haya leído
seriamente seguro que ha resultado influido por ella y le ha hecho revisar
algunas ideas preconcebidas en la historia estudiada. De eso se trataba.
No quita la razón a los dos
grandes historiadores españoles de la época que mantuvieron una polémica que
todavía hoy continua viva sobre los orígenes de lo que hoy es España, pero ya
sin mucha presencia salvo para especialistas: Claudio Sánchez Albornoz y
Américo Castro. Ambos son autores de sendas teorías sobre el origen y la
estructura histórica de España. No los niega solo los matiza. Se apoya en
ellos, pero no toma partido. También matiza indirectamente sin entrar en
detalle al ser de España de los intelectuales de los años treinta, como Ortega
y Gasset, Laín Entralgo o Manuel Azaña. Estos ya eran posteriores a la etapa
estudiada en su obra. Sin embargo, facilita suficientes claves para al menos
condicionar la tesis sobre España y su problema de todos ellos. La
recomendación intrínseca era: lean el pasado y lo que creía la gente de a pie,
no solo a los que escribieron una historia condicionada por los sucesivos
poderes.
Solo resta ya acabar este escrito
reconociendo la determinante influencia que esta obra tuvo en un periodo
importante en la formación de quien escribe. Gracias por tanto a pesar de todo
y desear a Dionisio que se encuentre en terrenos cómodos para ejercer su ya
definitiva y eterna libertad de pensamiento.
Gracias Fernando por aquellas
charlas improvisadas y repetidas año a año en aquellas mañanas a primera hora
de las ferias del libro de Madrid de los 80 antes de que llegaran los lectores.